Jean M. Auel en su libro “El Clan del Oso Cavernario” nos describe la siguiente escena; el jefe del Clan se dirige a Ayla y le impone el siguiente castigo: “mujer del Clan, estás maldita. Nadie te verá ni te hablará. Sufrirás el aislamiento total”.
Parece que esa maldición se salió del mundo de ficción y se hace presente hoy en día en las personas con diversidad funcional, pero vayamos a los fríos datos:
Según los datos que ha aportado la Encuesta sobre Discapacidad, Autonomía personal y situaciones de Dependencia. Más de 1,1 millones de personas con discapacidad (el 26,1 por cien del total de las personas con discapacidad mayores de 6 años residentes en domicilios particulares) viven solas. El incremento respecto a la encuesta anterior, realizada en 2008, ha sido dramático, entonces la cifra de personas con discapacidad que vivían solas era ligeramente superior a seiscientas mil, y el porcentaje que suponían sobre el total era diez puntos inferior. Aunque vivir solo no significa estar en una situación de soledad no deseada, lo cierto es que las personas con discapacidad que viven solas no solo tienen menor contacto con familiares y amigos que las que viven acompañadas, sino que también consideran en bastante mayor proporción que el contacto que tienen con amigos y familiares es insuficiente.
Apenas hay estudios de las causas, pero podemos destacar sin duda alguna: la pobreza, El Tribunal de Cuentas de la Unión Europea ha alertado que las personas con discapacidad siguen teniendo problemas para encontrar un trabajo y corren el riesgo de ser más vulnerables a la pobreza, con una brecha laboral que se ha mantenido prácticamente igual entre 2021 y 2014, cuando empezaron los registros.
Un nuevo informe de los auditores señala que, en 2021 solo el 51% de las personas con discapacidad tenían un empleo, en comparación con el 75% de las personas sin discapacidad, datos muy similares a los de seis años atrás.
Además, los hombres con discapacidad tuvieron un salario un 21% inferior al de los hombres sin discapacidad, una cifra que, en el caso de las mujeres, fue un 14,7% menor, según se desprende la Explotación de la Encuesta Anual de Estructura Salarial 2020 y de la Base Estatal de Personas con Discapacidad, correspondiente al año 2020 y publicada por el Instituto Nacional de Estadística.
A esos datos debemos añadir el sobrecoste económico que soportan las personas con discapacidad que, dependiendo del tipo y grado, puede rondar los 3.000€ o 5.000€ ello nos conduce al círculo dramático; “la diversidad funcional genera pobreza y la pobreza enfermedad” y nos lleva al aislamiento.
La relación entre la pobreza y la carencia educativa en las personas con diversidad funcional es aún más significativa que en las personas sin diversidad funcional, según el Informe Olivenza 2022, los niveles educativos alcanzados por las personas con discapacidad de 10 y más años. Indican que el 7,1% no sabe leer ni escribir, el 26,1 % no ha terminado sus estudios primarios, el 19,2% se encuentran escolarizados en educación especial y el 9,3% en aulas específicas dentro de la escuela ordinaria, separados del resto de los alumnos tanto en horario de recreo como en otras actividades. Estos datos reflejan que la exclusión y la soledad empiezan en la infancia.
Otro factor importante es la accesibilidad, desde el salir de casa hasta llegar a los espacios culturales o de ocio son inaccesibles para personas con diversidad funcional, también el transporte público, todo ello nos lleva a no poder tejer una red social adecuada.
La soledad, aunque no es una enfermedad, puede producir efectos en la salud física, como la disminución de la resistencia a la infección, el incremento de la presión sanguínea, baja energía o altos niveles de sueño y fatiga en comparación con la población que no se encuentra sola, las personas solas presentan unas mayores prevalencias en determinadas enfermedades. La percepción de su estado de salud también es peor:
● Depresión (39,3 % frente a 6,9 %).
● Ansiedad crónica (37,8 % frente a 7 %).
● Enfermedades del corazón (6 % frente a 0,8 % en infarto de miocardio).
Igualmente se aprecia un mayor consumo de medicamentos prescritos para enfermedades relacionadas con su situación de soledad, destacando los consumos de tranquilizantes relajantes y de antidepresivos estimulantes (33,1 % frente a 12,9 % y 23,5 % frente a 5,3 %, respectivamente).
También tiene consecuencias en el funcionamiento cognitivo general, con un 20% más de probabilidad de deterioro cognitivo, afectando a la memoria, la velocidad de procesamiento … llegando a detectarse un mayor riesgo de sufrir demencia y enfermedad de Alzheimer
Por último, los efectos emocionales de la percepción de soledad no deseada están vinculados a problemas de salud mental, depresión y deseo de morir. Es habitual que la persona pueda sentir miedo, desesperanza, tristeza, vacío, baja autoestima y vulnerabilidad; como dice Alejandro Palomas «La soledad es quizás el momento más ruidoso del día: callan los de fuera vuelven los de dentro».
La soledad no deseada la definía la psicóloga de la universidad de California Ann Peplau como aquella experiencia en la que la persona tiene menos relaciones sociales de las que le gustaría tener y, que por esta razón, se experimenta como la carencia de vínculos interpersonales que dotan de sentido a la vida y forman la identidad personal.
Cuántas veces buscamos la soledad, ya sea para disfrutar de su compañía, para escuchar una canción, para leer un libro o para escribir un poema, otras veces: solo es silencio, un desierto sin oasis, una tristeza que gotea alrededor de escombros, esa soledad que atenaza el corazón con su garra fría, te sientes caer en el vacío de la nada, como cuando quieres creer en algo y no tienes en que, y te sientes como un árbol sin hojas, la vida sin vida, entonces te preguntas: ¿quién dará al corazón agua, quien sanara mi alma?, ¿dónde y en qué puerto me puedo refugiar de esa nada que me envuelve?, de ese vacío que me aprisiona, que me aplasta, hasta anular mi ser. Murakami lo describe de este modo: «En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprenderá. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento».
Todo empieza por un trato diferenciado, al nacer o al adquirir la diversidad funcional, tanto en las familias como en otros contextos aparece la pena, el deseo de cura, … Y todo se vuelve ‘especial’, los tratamientos, la educación, … hasta los médicos son especiales. Tan especial que se hace invisible para el resto de la ciudadanía, no se cuenta con las personas con diversidad funcional para diseñar las calles, edificios, ni para participar en la toma de decisiones de la comunidad de vecinos, ni en las políticas, muy al contrario, todos deciden por nosotros. Eligen cómo deben ser nuestras vidas y qué camino deben recorrer.
A las personas con diversidad funcional se nos conduce por un camino paralelo que en ningún momento se cruza con el camino que transitan los demás, y que cuando lo hace puede provocar un choque tan fuerte como el de dos trenes a gran velocidad, ya que la exclusión social a la que se nos obliga, va acompañada de lenguajes, cultura, normas y economías tan diferentes, que es normal que se produzca una situación conflictiva e inesperada.
La soledad no deseada, no se debe a las circunstancias individuales de cada persona, en realidad es un problema social porque su origen es estructural, se debe en gran medida a la discriminación que emana de una sociedad que rechaza a las personas, que supuestamente, se salen de la norma. Puede ser discriminación por género, raza, edad, diversidad funcional, … o por la interseccionalidad entre algunas de ellas. El desconocimiento de otras realidades crea imágenes distorsionadas e ilegítimas de cómo son o deberían ser, con ello se fomentan miedos e inseguridades que dificultan la coexistencia de todas ellas en un sólo mundo.
Por ello no puede sorprender el hecho que muchas personas con discapacidad acudan a la institucionalización por su propio pie y con el deseo de “no ser una carga para su familia”: la falta de oportunidades, de participación social termina por minar las expectativas vitales de las personas y su propia autoestima convenciéndolas de que no tienen nada que ofrecer a los demás.
Sólo un cambio de paradigma que provoque una sociedad inclusiva que nos enseñe e incite a la convivencia, podrá acabar con la invisibilidad de nuestra diversidad humana en todo su abanico de posibilidades. Un cambio de paradigma en la sociedad implica un desafío a los estereotipos y prejuicios arraigados que limitan la igualdad de oportunidades y derechos para todos. Al reconocer y valorar la diversidad humana en todas sus formas, estamos construyendo una sociedad más justa y equitativa.
Al aceptar la diversidad, creamos un ambiente inclusivo donde las personas se sienten respetadas y valoradas por quienes son, sin ser juzgadas por su apariencia o identidad. Esto fomenta un sentido de pertenencia y vínculos auténticos entre individuos. Al mismo tiempo, combate la soledad al promover la conexión y el apoyo mutuo entre personas con diferentes experiencias y perspectivas.
Al construir una comunidad más abierta y solidaria, generamos lazos afectivos más fuertes y promovemos el bienestar emocional de todos los miembros de la sociedad. La aceptación de la diversidad nos permite aprender de los demás, ampliar nuestra visión del mundo y superar barreras sociales.
Es importante promover este cambio de paradigma a través de la educación, el diálogo abierto y la legislación que proteja los derechos de todas las personas. Al trabajar juntos para eliminar los prejuicios y estereotipos, podemos construir una sociedad más inclusiva donde todos tengan igualdad de oportunidades para crecer, prosperar y ser felices.
Autores: Moisés Colom y Estela Martín.
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